ATACAMA RESISTE
La noche del 18 de octubre pasado recibí un mensaje que decía "Santiago arde". ¿Por qué dices eso? Pregunté, mientras intentaba manejar torpemente un lápiz 3D que había llegado desde China esa tarde. "Estoy atorado en el tráfico intentando llegar al terminal, creo que no podré viajar hoy, prende la tele" me respondió mi amigo por wsp. Y así me enteré por el noticiario de las protestas en el metro de Santiago. Los días pasaron con rapidez. Un amigo en el aeropuerto, otro en el terminal tratando de llegar a la polvorienta provincia desde la capital en estado de emergencia, perseguidos por una ola que los alcanzaba y nos alcanzó con toque de queda incluido. Apenas pudimos vernos para verificar el estado del ánimo, alguna anécdota y mucha expectación.
Por la
noche las cacerolas se escuchaban por toda la ciudad durante largas horas
"se parece a la lluvia" escribía por wsp, "me recuerda al
aluvión" coincidíamos todos. Conmovidos asistimos al velorio de un poeta
local, los discursos se mezclaban con el sonido de las cacerolas que no
cejaban, una y otra sirena que cortaba el aliento y el murmullo de "esto
no va a parar". Para entonces ya no caceroleaba directamente, ponía un
parlante con una grabación a las ocho en punto "hasta que cese el toque de
queda", esa era la consigna y el llamado.
Otra
tarde nos juntamos en la casa de una amiga común, solo para acompañarnos. Hay
trabajo atrasado, pero quien puede concentrarse. Los llamados son a protestas
diarias. Sabemos que lo importante será lo que haga en la calle Santiago. Tomamos
café, fumamos demasiado, nuestra amiga tiene miedo y llora, dice que todo esto
le recuerda el golpe, hay noticias de muertos y desaparecidos. Yo no tengo
recuerdos del golpe, pero intentamos establecer paralelos y diferencias.
Llegamos a la conclusión de que cacerolear era hacer poco y que debíamos
participar más a pesar del miedo. Siguen las manifestaciones al día siguiente,
los chicos en casa están angustiados. Yo no duermo en toda la noche. Al día
siguiente mi amiga me llama para apoyar una intervención en una protesta
durante la tarde. Nos juntamos en el centro, no somos más de ocho y a la mitad
no los había visto antes. La intervención es en honor a los caídos y es muy
sencilla, tres personas se tienden en el suelo mientras otras tres pintan el
contorno de su cuerpo para que quede la figura de un crimen, otro lleva a cargo
tarros y brochas, yo filmo. Avanzamos por una calle céntrica, la idea es llegar
hasta el corazón de la protesta en plena plaza frente a la intendencia.
Cuando
llegamos justo a la esquina de plaza se escucha una ráfaga explosiva, la gente
grita y corre, muchas mujeres y niños huyen. Me acerco con la cámara encendida,
un grupo de jóvenes apiñados en la esquina grita consignas. Por altoparlante un
paco llama a terminar la manifestación bajo amenaza del uso de la fuerza. Pasan
segundos, ¿seguimos?, pregunto ¿seguimos?, con los gritos y los nervios no sé
si alguien me escucha; está atardeciendo e intento ajustar la cámara hacia la
intendencia, tengo miedo de los balines, entonces veo que uno de mis compañeros
entra en el cuadro y lo sigo. Vamos, ¡vamos!, nos alentamos, mis compañeros
avanzan y se tiran al suelo y los pintores corren; con qué rapidez pintan el
contorno y avanzan de nuevo hacia la intendencia donde los pacos están
apostados detrás de vallas papales con armas en las manos. La gente guarecida
en la plaza comienza a salir de detrás de los árboles, aplauden y cacerolean
mientras seguimos avanzando hasta las mismas vallas, hasta la micro, la yuta y
el zorrillo. Levantando las manos, mostrando la brocha, tirándose al suelo y
pintando. Los chicos de la esquina y otros que corrieron más lejos comienzan a
regresar, con las manos en alto, ¡somos pacíficos! gritan, ¡pacos culiaos!
¡wena cabros! aplauden.
Seguimos
pintando por la calle y las veredas. Admiro la valentía de mis compañeros,
trato de mantener el pulso, pero la cámara se mueve demasiado y apenas soy
capaz de sostenerla. Volvemos a la esquina, nos abrazamos, "llegamos en el
momento más oportuno" es el sentimiento general, fuimos llevados por una
mano extraña hasta ese instante. Una ráfaga interrumpe nuestra sensación de
victoria. Un hombre mayor a nuestro lado sangra profusamente, está herido en el
costado de la cabeza, tratamos de ayudarlo, pero no quiere, "son heridas
de guerra" me dice "estoy feliz" y nos invita una cerveza.
Tatiana Mayerovich
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