fragmentos de "Ahora" (de Comité invisible)


Lo que los medios de comunicación, militantes autorizados y gobiernos no pueden perdonar a los supuestos “vándalos” y otros “black blocs” es 1) manifestar que la impotencia no es una fatalidad, lo cual constituye un insulto vivo para todos aquellos que se contentan con refunfuñar y prefieren ver en los amotinados, contra toda evidencia, a agentes infiltrados “pagados por los bancos para ayudar al gobierno”, 2) mostrar que se puede actuar políticamente sin hacer política, desde cualquier punto de la vida y a costa de un poco de coraje. Lo que el “vándalo” demuestra en actos es que el actuar político no es una cuestión de discurso, sino de gestos, y esto lo atestigua hasta en las palabras que deja de improvisto en las paredes de las ciudades.

“Política” nunca tuvo que volverse un sustantivo, tuvo que seguir siendo un adjetivo. Un atributo, y no una sustancia. Existen conflictos, existen encuentros, existen acciones, existen tomas de palabra que son “políticos”, porque se alzan decisivamente en una situación dada en contra de algo, porque llevan consigo una afirmación con respecto al mundo que desean. Política es lo que surge, lo que hace acontecimiento, lo que hace brecha en el curso pautado del desastre. Lo que suscita polarización, repartición, toma de partido. Pero no existe nada como “la política”. No existe dominio propio que reagruparía todos esos surgimientos independientemente del lugar y del momento en que sobrevienen. No hay esfera particular donde sería cuestión los asuntos de todos. No hay esfera separada de lo que es general. Basta con formular la cosa para prever la estafa. Es político todo lo que guarda relación con el encuentro, el roce o el conflicto entre las formas de vida, entre regímenes de percepción, entre sensibilidades, entre mundos en cuanto que este contacto alcanza un cierto umbral de intensidad. El franqueamiento de este umbral se señala inmediatamente por sus efectos: líneas del frente se trazan, amistades y enemistades se afirman, la superficie uniforme de lo social se agrieta, hay despedazamiento de lo que estaba falsamente unido y comunicaciones subterráneas entre los diferentes regímenes que nacen ahí.

Lo que viene a la luz en cualquier surgimiento político es la irreductible pluralidad humana, la insumergible heterogeneidad de los modos de ser y de hacer – la imposibilidad de cualquier totalización. En cualquier civilización animada por una pulsión hacia lo Uno, esto será siempre un escándalo. No existen las palabras ni el lenguaje propiamente políticos. Existe únicamente un uso político del lenguaje, en situación, frente a una adversidad determinada. Que una piedra sea arrojada a un paco no la vuelve una “piedra política”. Tampoco existen las entidades políticas – como por ejemplo Francia, un partido o un hombre. Lo que en ellas es político es la conflictualidad interna que las moldea, es la tensión entre los componentes antagonistas que las constituyen en el momento en que vuela en pedazos la bella imagen de su unidad. Nos es crucial abandonar la idea de que hay política sólo donde hay visión, programa, proyecto y perspectiva, donde hay finalidad, decisiones que tomar y problemas que resolver. Política verdaderamente sólo la hay en lo que surge de la vida y hace de ella una realidad determinada, orientada. Y esto nace de lo cercano y no de la proyección hacia lo lejano. Lo cercano no quiere decir lo restringido, lo limitado, lo estrecho, lo local. Quiere más bien decir lo asentido, lo vibrante, lo adecuado, lo presente, lo sensible, lo resplandeciente y lo familiar – lo prensible y lo comprensible. No es una noción espacial, sino ética. La distancia geográfica es incapaz de alejarnos de aquello de lo que nos sentimos próximos. Ser vecinos, por el contrario, siempre nos acerca. Es solamente al contacto como se descubren el amigo y el enemigo. Una situación política no procede de una decisión, sino de un choque o del encuentro entre varias decisiones. 

Lo “cotidiano” es por predisposición el lugar que una cierta anquilosis querría preservar de los conflictos y de los afectos demasiado intensos. Es justamente esa cobardía lo que permite que todo sea descartado y que termina por volver lo cotidiano tan pegajoso y las relaciones tan viscosas. Si fuéramos más serenos, si estuviéramos más seguros de nosotros, si temiéramos menos al conflicto y lo que un encuentro viene a conmocionar, ciertamente sus consecuencias serían menos fastidiosas. Y quizá incluso no fastidiosas en absoluto.

(del capítulo: Que muera la política)

Edición de pepitas de calabaza / españa disponible en:
http://kehuelga.net/IMG/pdf/comite_invisible_ahora.pdf 


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