Era trece de noviembre, pero los días escurren demasiado a prisa





Tengo un miedo en la legaña transparente, Tomás,
que no sé dónde dejarlo.
Tengo miedo a esa normalidad
que es monumento a la indolencia,
(tesitura del resuello, entre sístoles, atorada)  
y a que te hagan algo, tengo miedo.

Tomás:
la herida de Chile en las cuencas vacías,
crían cuervos para arrancarnos los ojos.
                                     En las agujas
                                     bajo las uñas
                     acechan sus parvadas,
avísame por favor
cuando llegues
a casa.

EN TODOS LADOS,
un olor nauseabundo
salpicando carne quemada;
las osamentas rotas tras recubiertas vitrinas
te hacen vomitar y llorar a la vez:

Pasillos infestados de Zabaletas,
una broma como insulto
se estira como chicle:
Mira de frente su cartel,
la pila de cadáveres
amontonados unos sobre otros
mientras dice un asaíto.
El canibalismo nacional / en sus entrañas regurgita.

He perdido el tiempo en las ojeras, Tomás,
en el largo peso de la noche;
crepitan junto al fuego
tus surcos resecos / el relieve abigarrado
de los primeros días, 
los mitos revenidos de cada dieciocho
(setiembre, mayoría de edad, ahora octubre)
y vuelven como espasmos
las aguas a su cauce.

La piel de gallina en tus lunares
se eriza, se funde y se confunde:
Cuero tal de serpiente para
escamas tan lácteas,
habré palpado en vida jamás.

Un cuerpo sin sexo posible nos interroga,
masculla silente: Con tanta ropa tendida
en Chile de lado a lado,
no alcanzan los trapos al sol
para lavarlos todos en la propia casa,
y otorga quién calla / a la hora de los quiubo.

Mas la majamama del Abya yala es un alud
que nos estalló en la cara, dado el laberinto:
El fascismo acecha como hace un siglo;
la sémola de la historia se repite,
vuelven traidores a granel,
el fondo monetario de Lenin acogota el Ecuador,
en Brasil se paró el burro a mear,
lentos cálculos pentecostales.

Entra Luis Camacho al palacio quemado de La Paz,
con una biblia en la mano y el arma escudada al cinto,
jurando erradicar las supercherías cocaleras;
¡y mucho que duele Bolivia
en la magnitud del continente!,
       hay un peso en el alma
              (es el diablo inclinado sobre el pecho,
               cuando en duermevela se te sella la voz),
    un beso de buenas noches ka küme umawtuaymi,
    ojalá descansar
                         y hasta más no verte cristo mío.

El oasis chileno se desgrana en sus
kilómetros de costra:
Vuelven los prisioneros al estadio nacional.
No vienen de San Miguel, sino de todos lados.
Se oye por altoparlante Víctor Jara,
las paredes preguntan de nuevo DÓNDE ESTÁN.

Promesas de cambio entre reformas:
Marque su plebiscito favorito con una equis.
La eterna y segunda transición
apuesta sus divisas a que la alegría
venga de nuevo / en la medida de lo posible.

Porque buscan anular las virtudes de las mareas,
disputando los deslindes
do zozobra la quietud,
y encima con tantas mutilaciones a cuestas,
                                     babeando aún,
frescas espumas de ultratumba:

No les demos en el gusto
de seguirnos gobernando,
dice en público,
la voz pequeña y añosa
           que te habita,
                  crece cuantimás reanudas
                              toda labia sucesiva.
                 
                   Y también:
Destituir para poder constituir,
que con terrorismo de estado encima
no se transa ni dialoga.

Prometimos los milicos nuevamente jamás
y las torturas, informe Valech,
la infamia sexual perpetrada,
los golpes en la nuca, nunca más.

Pero reabrieron la herida, cariño;
el trauma chile rebrotando
sus movedizas arenas de cardo y chacay,
frente a la cueva autoinmune de Guzmán.

No les dejemos,
en suma y por lo mismo,
continuar el rumbo de su riel facineroso.

Se lo debemos a Daniela,
en pantomima,
se lo debemos a Camilo,
bajo el tractor.



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