Tengo un miedo en la
legaña transparente, Tomás,
que
no sé dónde dejarlo.
Tengo
miedo a esa normalidad
que
es monumento a la indolencia,
(tesitura
del resuello, entre sístoles, atorada)
y
a que te hagan algo, tengo miedo.
Tomás:
la
herida de Chile en las cuencas vacías,
crían
cuervos para arrancarnos los ojos.
En las agujas
bajo las uñas
acechan
sus parvadas,
avísame
por favor
cuando
llegues
a
casa.
EN TODOS LADOS,
un olor nauseabundo
salpicando
carne quemada;
las osamentas rotas
tras recubiertas vitrinas
te hacen vomitar y
llorar a la vez:
Pasillos infestados
de Zabaletas,
una
broma como insulto
se estira como chicle:
Mira
de frente su cartel,
la
pila de cadáveres
amontonados unos
sobre otros
mientras dice un
asaíto.
El
canibalismo nacional / en sus entrañas regurgita.
He perdido el tiempo
en las ojeras, Tomás,
en el largo peso de
la noche;
crepitan junto al
fuego
tus
surcos resecos / el relieve abigarrado
de
los primeros días,
los
mitos revenidos de cada dieciocho
(setiembre,
mayoría de edad, ahora octubre)
y
vuelven como espasmos
las aguas a su cauce.
La piel de gallina en
tus lunares
se
eriza, se funde y se confunde:
Cuero
tal de serpiente para
escamas tan lácteas,
habré
palpado en vida jamás.
Un cuerpo sin sexo
posible nos interroga,
masculla
silente: Con tanta ropa tendida
en Chile de lado a
lado,
no
alcanzan los trapos al sol
para
lavarlos todos en la propia casa,
y
otorga quién calla / a la hora de los quiubo.
Mas la majamama del Abya yala es un alud
que
nos estalló en la cara, dado el laberinto:
El
fascismo acecha como hace un siglo;
la
sémola de la historia se repite,
vuelven
traidores a granel,
el
fondo monetario de Lenin acogota el Ecuador,
en
Brasil se paró el burro a mear,
lentos
cálculos pentecostales.
Entra Luis Camacho al
palacio quemado de La Paz,
con
una biblia en la mano y el arma escudada al cinto,
jurando
erradicar las supercherías cocaleras;
¡y
mucho que duele Bolivia
en
la magnitud del continente!,
hay un peso en el alma
(es el diablo inclinado sobre el
pecho,
cuando en duermevela se te
sella la voz),
un beso de buenas noches ka küme umawtuaymi,
ojalá descansar
y hasta más no verte cristo mío.
El oasis chileno se
desgrana en sus
kilómetros
de costra:
Vuelven los
prisioneros al estadio nacional.
No
vienen de San Miguel, sino de todos lados.
Se
oye por altoparlante Víctor Jara,
las
paredes preguntan de nuevo DÓNDE ESTÁN.
Promesas de cambio
entre reformas:
Marque
su plebiscito favorito con una equis.
La
eterna y segunda transición
apuesta
sus divisas a que la alegría
venga
de nuevo / en la medida de lo posible.
Porque buscan anular
las virtudes de las mareas,
disputando los
deslindes
do zozobra la quietud,
y encima con tantas
mutilaciones a cuestas,
babeando aún,
frescas espumas de
ultratumba:
No les demos en el
gusto
de
seguirnos gobernando,
dice
en público,
la
voz pequeña y añosa
que
te habita,
crece
cuantimás reanudas
toda
labia sucesiva.
Y también:
Destituir
para poder constituir,
que
con terrorismo de estado encima
no
se transa ni dialoga.
Prometimos los
milicos nuevamente jamás
y
las torturas, informe Valech,
la
infamia sexual perpetrada,
los
golpes en la nuca, nunca más.
Pero reabrieron la
herida, cariño;
el
trauma chile rebrotando
sus
movedizas arenas de cardo y chacay,
frente
a la cueva autoinmune de Guzmán.
No les dejemos,
en suma y por lo
mismo,
continuar el rumbo de
su riel facineroso.
Se lo debemos a
Daniela,
en pantomima,
se
lo debemos a Camilo,
bajo el tractor.
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