Caminando por el bosque


Caminando por el bosque que la municipalidad dejó crecer cuando abandonaron el proyecto de parque, contemplamos las ventanas que se abrían entre la vegetación, dejando ver el humedal en todo su esplendor. Los Coigües añosos y de gran altura convergían apuntando al cielo, enmarcado en el foyage. Algunas formas vegetales parecían contornos de cuerpos humanoides, me sorpendió el alivio de saber que no lo eran. Los pasos lentos en silencio, nos permitían escuchar los sonidos de las vidas transcurriendo. La trayectoria de un insecto, las gotas de la lluvia pasada y hasta la evaporación de la humedad cuando los últimos rayos de la tarde de un solticio venidero atravesaban las ramas. Decidí quebrantar ese silencio para decir que la única amenaza que podíamos sentir en ese momento era la aparición de una presencia humana inesperada, lo que nos llevó a conversar sobre la desconfianza. Hablamos sobre desconocer el estado del pensamiento del otro y bajé la guardia para poder decir lo que pensaba de la forma más sencilla. Dije que siempre siento una impotencia cuando quiero decir algo, porque nunca puedo decirlo tal como aparece en mi sentir. Entonces hablamos sobre el problema de las palabras y las frases que armamos con ellas y la necesidad de expresar algo que no es posible exteriorizar de la misma forma en que aparece en el pensamiento. Por eso hago poemas, dije. Es la forma que tengo para expresar eso que se arma en mi interior que no funciona con las reglas del significado. Tu pintas, otros danzan. Hacemos. Y hacemos por esa búsqueda, esa necesidad de materializar la sombra que es pura potencia de ser. Hablamos de lo ridículo que nos parece autodenominarnos artistas. Tu decías que esa sombra, esa potencia la tenemos todos. Te encontré razón. Me dispuse a escuchar tu forma de pensar el mundo para aprender más cosas. Quise volver sobre el tema de las palabras para contarte por qué llegué a la conclusión de que la filosofía de autor es otra trampa. Te contaba que para problematizar mis verdades, para buscar mejores formas de expresión, me puse a estudiar filosofía de manera independiente. Te dije que, en realidad, yo no tengo una experticia en nada, que solo me gusta estudiar. Escucho a mis amigos que saben cosas sobre muchos temas y disfruto al escucharlos porque me enseñan, me regalan preguntas y de una pregunta salen más preguntas y a mi me gusta estudiar. Estudiar para pensar, pensar para hacer. Y la trampa del autor es la autoridad, otro nivel de ilusión. Sentí el alivio de no tener ninguna autoridad, de tener la libertad de nuestras conjeturas, nuestro pensamiento conversado, nuestro pensar haciendo. Aquí no te puede detener la policía, dices. Y te encuentro razón. Entonces para qué ponernos voluntariamente bajo el yugo de una policía.
Mi amigo Pi me dice que me gusta el individualismo. Pero no sé muy bien cómo se llama eso que me mueve, que es descolgar los posters de los ídolos en la pared de la pieza, pura hoja en blanco. A veces para desbloquear el pensamiento se necesita inventar la rueda, porque la experiencia es un conocimiento necesario. Y no inventar la rueda para estancarse en la (in)utilidad del acto, sino para vivir el proceso de pensarla para descubrir la potencia de la sombra que hay en uno. Podríamos pensarlo como un estímulo para dejar de descansar en esa autoridad en la que demasiados confían. Caminar las aguas de la incertidumbre es ir haciendo el puente a medida que se avanza. Sin esa libertad en el hacer, que viene de la libertad en el pensar , ¿cómo podríamos hacer nuestro vivir?
Hacedores sin autor(idad), nadie imita a nadie. Cada uno en su singularidad de búsqueda intuitiva. Si nos encontramos haciendo, nos escuchamos y nos preguntamos, pensamos conversando y caminando y, entonces, la presencia humana inesperada no es siempre amenazante. Hacemos juntos de vez en cuando, nos nutrimos contándonos historias e ideas inconclusas, compartiendo lo que cada uno tiene, nos invitamos deliberadamente a contaminaciones cruzadas del pensamiento que vamos hilando en el vivir.
Sin espacio para el error, no hay espacio para imaginar. Imaginar, acaso ¿no parece ser la primera libertad? Las posibilidades de existir cuelgan de la imaginación de los futuros posibles y una forma genuina de imaginar es liberarse de las verdades y las reglas. Pensar-imaginar-hacer. Reunir las singularidades es amplificación de las vitalidades, generación de nuevas formas de hacer nuestro vivir y, si en ese hacer resultamos parecidos a otros, son buenas noticias, no somos los únicos.

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